lunes, 4 de agosto de 2008

TESTIMONIO DE UN INTERNO GASTON MUÑOZ, HIMNO DEL INTERNADO



FNE

LAS HUELLAS.

ESCRITO POR GASTON MUÑOZ (INTERNO)


Con doce años cumplidos, partí a la ciudad de Talca, para continuar los estudios, que había iniciado en la escuela de las Señoritas Ramos, viejas profesoras que cumplían el lema “de la letra con sangre entra” y más de una vez, había recibido el castigo del puntero en las manos y casi fui expulsado porque de un solo manotón se lo había quitado, afortunadamente sin responder a la agresión.

Ese primer domingo de marzo acompañado de mi madre, habíamos tomado el tren en Molina y partíamos hacia Talca para ingresar al internado del liceo de hombres, la locomotora inicio su camino, yo miraba por la ventana y parecía que me alejaba de toda una vida, mis amigos, mis trabajos de veranos entre los obreros de la construcción que me habían iniciado en la escuela de la vida, Ana Maria, mi pequeño amor clandestino, de besos escondidos, de rondas en el patio de la escuela, de ese pequeño apretón de manos cuando bailábamos la niña Maria, todo quedaba atrás y hacia adelante la nada como un abismo, sin conocer lo que me esperaba, el vaivén del tren nos traía a la realidad, mi madre talvez orgullosa de este hijo que partía a educarse, para ser distinto al resto de su familia, sus esperanzas puestas en que su hijo sería distinto, yo sin saber la responsabilidad que me estaban entregando.

Me sentía un poco raro, me habían comprado un terno negro, camisa blanca una corbata que yo encontraba un poco chillona, pero que me la coloque sin reclamar, me habían comprado una maleta color café, con un compartimiento secreto que fue lo que más me gusto, allí podría guardar mis tesoros, por ahora no tenia muchos pero soñaba en que algún día si tendría por montones, mi viejo me había regalado una billetera de cuero, me había entregado mi mesada y con eso debería enfrentar la semana que tenía por delante.

Una vez que la locomotora se detuvo en la estación de Talca, después de recorrer 60 minutos por esos campos generosos de la zona central, con sus viñedos ordenados en hileras, con esos viejos álamos mirando el cielo, esos campos de arroz llenos de agua, nuestro viaje llego a su fin, en la estación tomamos un taxi hasta las calles 4 norte y cinco oriente, allí en ese edificio imponente de dos piso que cubría una manzana, se levantaba el Liceo de Hombres de Talca, la mitad era el internado, habían dos edificios que se miraban las caras de tres pisos y en el medio un gran patio, mi madre me registro y me dieron una cama en el tercer piso de edifico oriente, mi madre fue autorizada para acompañarme y hacer mi cama, las sabanas recién planchadas tenían un olor especial, talvez a limpio, pero era el conjunto del dormitorio que entregaba una hermosa fragancia que duraría apenas dos días antes que todo cambiara de olor y de color. Detrás de la cama un armario para poner nuestras pertenencia, un buen candado habían escrito en las instrucciones que nos habían entregados, una vez que todo quedo en orden, bajamos con mi madre y con un fuerte abrazo, y sus mejores deseos me quede allí para ver lo que el destino me tenía preparado.

A las nueve de la noche había que subir a los dormitorios, a las diez se apagaban las luces y la campana sonaría a las siete de la mañana y a las siete y media el desayuno, para estar formado a las ocho de la mañana en nuestras salas, las instrucciones precisas sin apelaciones, yo pasea por los pasillos sin conocer a nadie, me había peinado con gomina, pero aún así mis pelos tiesos se notaban, habían grupos los antiguos que conversaban animadamente de sus vacaciones, para ellos era reiniciar sus vidas, eran amigos de otros años con miles de historias compartidas, yo solo por esos corredores saludando con una sonrisa plásticas.

De pronto un estudiante mayor, un adolescentes de unos quince años, me tomo del brazo y me dijo “ ven muchacho esta es nuestra sala de cuarto humanidades” y antes que yo pudiera reaccionar estaba frente a un grupo de unos diez estudiantes, “ mira dijo el que me había llevado de un ala, mira este parece que tiene una cabeza de puerco espin, y paso su mano por mi engominada cabellera, trate de salir pero me impidieron el paso, todos se reían, podríamos llamarlo Crispín, dijo el mayor, yo tenia ganas de llorar y salir corriendo, pero no, debía enfrentar este bochorno, todos eran mayores, una pelea no tenia muchas cara de tener éxito, “ simpático el Crispín” grito un gordo que estaba sentado en un banco, mejor llámemelo CRESPO, dijo un flaco que tenia la presencia del líder, eso gritaron bauticémoslo como crespo y todos se vinieron contra mi dándome una capotera, en señal de bautizo, desde ese día, hasta salir del colegio, fui conocido como el crespo González.

El primer día efectivamente a las siete en punto sonó la campana, yo me levante rápidamente para ir al baño, lavarse los dientes y ducharse con agua fría, lo del agua caliente lo supe después era una reivindicación de todos los años, pero nunca la habían ganado, por ahora no era problema pero en los meses de invierno la duchas estaban desiertas.

Según el reglamento a las siete y media debíamos estar en el comedor, con el buzo, los internos teníamos que usar el llamado overol, ridículo pero necesario, nos formamos antes de pasear al comedor, entonces apareció a quien conocería como el semáforo Flores, nombre que se debía a que uno de sus ojos era café y el otro verde. Vino su sermón “ Bienvenidos jóvenes alumnos, ustedes han llegado a un liceo que tiene su historia y su prestigio, y ustedes deberán seguir con las tradiciones, les vamos a enseñar desde como se come, como se usan los servicios, para hacer de ustedes hombres que puedan desempeñarse en sociedad sin hacer el ridículo, bienvenidos pueden ustedes pasar al comedor”, las filas comenzaron a avanzar, mi mesa era la seis, la busque con la mirada y en ella ya habían varios estudiantes, me acerque tímidamente, la tradición decía que los que estaban en sexto humanidades eran los jefes de mesa, ellos determinaban los puestos que ocuparían los comensales durante el año de su jefatura, quienes serían los colaboradores que se sentarían a su diestra y su siniestra, ellos serían los que repartirían la comida de acuerdo a la igualdad que ellos determinaran, por supuesto me correspondió ocupar el lugar más apartado de la cabecera de mesa. Eran las reglas.



A la ocho en punto estábamos reunidos frente a las puertas del liceo, era el inicio del año escolar y un acto solemne se llevaba a cabo, la canción nacional, palabras del rector y partir a las sala para iniciar la hermosa aventura de estudiar, los externos usaban uniformes y se reían de nuestros overoles, parecíamos mecánicos y era el símbolo inequívoco que éramos internos.

Primera clase era de francés, un viejito amoroso, de una ternura infinita, que a pesar de su años, quería estar con la tecnología, había llegado con una gran grabadora con unos enormes carretes de cintas, se presento “Je suis monsiers Contreras”, después nos hizo escuchar desde su aparato, pidiendo silencio la marsellesa, es una hermoso himno nacional, ya lo aprenderemos y conoceremos su letra, ahora quiero que escuchen, esta hermosa canción, que se llama “ las hojas muertas”, por ahora solo escuchen esta canción hermosa, escuchen el acento, lo hermoso de sus letras las descubriremos a medida que avance nuestro curso. A partir de es e día nunca más olvide ese acento, y lo hermoso de un idioma, que se convirtió para mi en el idioma del amor. Monsieur Contreras, con su ternura, nos enseño lo bello de la vida, nos hablo con tanta pasión de la toma de la bastilla, de los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad, que se grabaron para siempre en el espíritu de estos jóvenes aprendices de la vida, que recién comenzaban a caminar por la vida.

Las clases terminaban a las doce y media a la 13 horas era el almuerzo, nuevamente hacer una fila, y nuestro maestro de discursos encendidos, pasando revista a nuestras manos, “para venir almorzar es necesario tener las manos limpias”, todos debíamos colocar nuestras manos para ser examinadas, algunos eran enviados a lavárselas, con las risas y mofas de los que habían pasado la revisión, yo trataba de sacarles brillo a mis manos antes de pasar por ese bochorno. Las uñas no pueden tener luto, deben estar siempre cortas y limpia era el sermón.

En el comedor, en mi sitio asignado podía ver como nuestros platos eran más pequeños que de los sentados al lado del jefe de mesa, era parte de la historia, ustedes algún día serán jefes de mesa y será su turno por ahora, a respetar las reglas de nuestro internado, la vida era de esa forma.

Mi primer gran descubrimiento, fueron las clases del semáforo, profesor de historia, temido porque en su clase no volaba una mosca, y pobre de aquel que se permitiera hablar en su clase, era un hombre de contrastes, porque te sacaba adelante y te hacia una pregunta, “ como se calcula la velocidad de la luz”, pregunta de cultura general decía, si le gusta hablar en mi clase, significa que sabe mucho, por tanto si me contesta bien tendrá un siete, si no lo sabe tendrá un uno en mi clase, algunos contestaron bien y se ganaron un siete pero nunca mas volverían a hablar en clase, ese era el semáforo.

A mi me encantaban sus clases, quería ser profesor de historia, recorríamos las distintas culturas, valorando lo que habían hechos los hombre en las distintas épocas, a veces me quedaba pensando en las civilizaciones antiguas en sus costumbres en su vida cotidiana, lo que si lamento es que mucho historia antigua, la formación de Europa Las guerras Napoleónicas, y de nuestros Mayas y Aztecas nada, parecía que nunca habían existido, su esplendor lo conocería después de viejo. Del Semáforo Flores lo que más me impresionaba, es que no importaba que estuviéramos estudiando, los diez últimos minutos de su clase, comenzaba un discurso encendido, relacionando la materia con lo que sucedía en nuestro país. Me quedo muy marcado cuando en clase de la edad media, el semáforo se lanzo con un discurso que me conmovió, “ El señor feudal cobraba el derecho de pernada, y hoy aquí en Chile, a pesar de los años pasados de la edad media, el patrón del fundo, como cualquier señor feudal cobra el derecho de pernada y es cosa que ustedes miren como en los campos chilenos, encontraran tanto guachos con los ojos de color verde igual al patrón”, terminaba la clase y yo me quedaba pensando en mi abuelo en los jóvenes que había conocido y la duda me empezaba a corroer el alma, si era verdad había conocido jóvenes con ojos azules.

El acercamiento al verbo lo tuve con nuestro profesor de castellano, nerudiano de tomo y lomo, El chico Loyola, nos hacia leer poemas en clase, algunos de la mejor tradición española, otros latinoamericanos, conocí en esos tiempos, que volverán las oscuras golondrina sus nidos a anidar, con Neruda recorrimos las alturas de machu-pichu, los veinte poemas de amor y una canción desesperada, nos hizo pensar soñar, volar en las palabras de hermosos poemas, o buscar en la profundidad de una prosa, conocer el quijote, flaco y desgarbado recorrer el mundo cual hermoso caballero para pelear por los más desposeídos, junto a su fiel escudero, no importaban las batallas, pero siempre por las causas justas, su relación con Dulcinea de una ternura infinita.

Pero en ese momento lo que más me marco fue la historia de otro hombre, Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, guerrero implacable contra los moros, adorado y despreciado, enviado al exilio, y a pesar de todo fiel a su causa, consecuente con la lucha cristiana, de noble corazón, que aún estando agónico en su última batalla, los moros lo creen muerto y preparan su ofensiva, más se lanzan a galope tendido cuando ven frente a las tropas españolas, en su caballo blanco al Cid cabalgando como en sus mejores tiempos, sobre el corcel un hombre amarrado a su caballo ya sin vida, yo soñaba que también quería ganar batallas después de muerto.

Con el chico Loyola, aprendimos a ir buscando en la palabra en el verbo, lo profundo de la vida, encontramos el amor y el desamor, la pasión, el odio, los sentimientos en cada mirada a la vida, el dolor más profundo en los versos de un poeta lejano, mirar la vida de una manera distinta, los ojos del poeta son lámparas de futuro, miradas profundas de la vida, escribir es comunicar, contar, compartir, los dolores y las esperanzas de hombres y mujeres, que están en esta maravillosa aventura de vivir.

En mi mente adolecente quedaron vibrando los poemas más hermosos de amor que he escuchado, fueron versos que nacieron del alma, y que comenzaron a caminar por el mundo, sin paternidad reconocida. “Los versos del capitán”, allí están los dolores, las furias, la pasión, como no ver al tigre que acecha su presa, que se lanza encima la destruye, y se queda por toda la eternidad a velar sus huesos. Como no ser un insecto que recorre esas colinas, y que de pronto se cae a ese inmenso cráter, a esa rosa de fuego humedecido. Como será posible que nuestro ojos, permanezcan seco, cuando la carta en el camino, es la historia de un luchador consecuente, que la espera a cualquier hora, y que construirá un lecho de rosa para esperarla, y que no quiere que le digan que la a olvidado, y aunque sea el mismo que se lo diga, porque un beso estará en su boca, sin jamás despedirse de los suyos, amor, pasión, lucha, consecuencia, compromiso con su pueblo, palabras que quedarían resonando en mis oídos para siempre.

Así fueron pasando los años, el crespo González, fue creciendo y pasando a ocupar lugares mas cercanos de la cabecera de mesa, en primer año, era un pequeño líder de los más pequeños, en las tarde sin clases jugaba con sus compañeros al caballito de bronce, saltando las espalda de los caballitos, estando en esa posición, vino uno de segundo humanidades y le pego un gran chuleta el la parte trasera, entonces llego la furia esa que no le permite ver nada, solo el paño rojo del toro, tomo un poco de tierra se la lanzo al agresor a los ojos este se llevo las manos a su cara y entonces yo con toda mí furia descargue patadas y combos que dejaron a mal traer al grande, quien en un acto de estrema cobardía partió a la inspectoría para denunciarme, fui castigado por el hecho a pesar, que yo invocaba legitima defensa, sin embargo nos ganamos el respeto porque le habíamos pegado a un grande, podíamos entones jugar tranquilo, porque nadie se atrevía a molestarnos, habíamos construido una fama que nos acompañaría siempre, éramos de pelea.

Cuando cursábamos el segundo año, el centro de alumnos tenía elecciones, los internos que éramos 200 éramos una fuerza importante, y en esos años todos empezábamos a tener una historia política, queríamos participar de los tiempos que corrían, más que partidos existía una diferenciación que tenía que ver con nuestras convicciones religiosas, existía la JEC, juventud de estudiantes católico y por otra parte la FlECH, la federación de estudiantes laicos de chile, eran una especie de lucha, independentista, la separación de la iglesia y el estado.

En el liceo, su plana mayor era laica y una buena parte pertenecía a la masonería, todo esto le entregaba al liceo un carácter pluralista, donde la libertad, la solidaridad y la igualdad, eran principios arraigados en la formación humanista que se entregaba.

La partía fue dolorosa siete años de estudiar entre esos viejos murallones, estos nos habían visto crecer, transformarnos en adolescentes, conocían de nuestras penas de amor, de nuestras frustraciones, en el teatro del Liceo un día domingo a las 11 de la mañana, cantamos el himno de la alegría y un canto de adiós resonó con fuerza en nuestras gargantas y las lagrimas dieron rienda suelta a una emoción contenida, partíamos al mundo a buscar nuestro destino, pero ese viejo liceo había dejado ya sus marcas para siempre.





Alejandro Lorca Pradenas <alorcapradenas@gmail.com>
escribió:


Estimado Manuel:
Leí tu correo de hoy y ví nombres de compañeros conocidos.
Dos "cosas" sentí como en otras tantas veces: espiritualidad y emoción.
Tengo guardados en la memoria estos versos para que los "internos" de entonces
los vuelvan a pasar por el corazón:
QUIERO SER DEL INTERNADO
DONDE LA VIDA ES MEJOR
DONDE LA VIDA ES MEJOR
EN LA PUERTA HAY UN CANDADO
Y EN LA MESA UN INSPECTOR
Y EN LA MESA UN INSPECTOR
(Del Himno del Internado del LHT)
Manuel, gracias por tu aporte.
Alejandro.
Interno 1963 y 1964.
Dormitorio 7 y covacha del 7.

EL VIAJE EN TREN

ESCRITO POR GASTON MUÑOZ (INTERNO)


Cada domingo debía partir para el liceo de Hombres de Talca, con mis catorce años acuesta y creyéndome un hombre grande, partía de la ciudad de las tortas, en el anden de la estación estaban esas señoras con sus togas blancas sus canastos de mimbre y sus tesoros de manjar y alcayotas, ofrecían sus mercaderías a los pasajeros de los trenes, con sus caras de sacrificios, yo conocía alguna de ellas, una era madre de José, amigo de juergas en el club italiano donde íbamos a jugar bochas y comer una ricas pichangas, otras mujeres vendedoras las conocía solo de nombre, la Chepita, la señora Carmen, a mi me parecía todo un mundo especial, ellas conocían todos los itinerarios de los trenes y eran fuente de información, el tren viene atrasado en 35 minutos, nos decían cuando llegábamos a la estación.

Las vacaciones había pasado rápidamente, enero y febrero había trabajado en el fundo los castaños, ubicado a unos 20 kilómetros de Curico, cuyo propietario era Fernando Alessandri Palma, hermano del presidente, pero era el polo opuesto, se había construido una mansión, con un parque gigantesco, una piscina ovalada, que yo había mirado desde lejos. Los fines de semana solía aparecer en compañía de hermosas mujeres, a mi me parecían modelos, la casa estaba entonces en fiestas permanente, nada podía hacer pensar que ese caballero entrado en años, fuera el hermano de un presidente, que bebía solo agua mineral y era un soltero empedernido.

Me gustaba el verano porque trabajaba en la construcción y ganaba mis pesos para tener durante el año. En el fundo existía una pulpería administrada por Don lucho hombre de confianza del patrón, con una hija un par de años mayor que yo, La pieza que le habían entregado a mi padre estaba a lado de la casa del pulpero, allí comenzaron los encuentro con Maria era alta con los ojos claros y unos pechos redondos como dos pomelos, al principio eran miradas fugaces, porque su madre no la dejaba a sol ni a sombra, pero cuando hay atracción, la sangre a veces se encabrita y la piel llama al encuentro, fue así como una noche en la ventana de su pieza, nuestros labios se encontraron y pude conocer la piel suave, el perfume penetrante de su pelo, muchas veces tuvimos a punto de ser descubierto lo que hacia que nuestra adrenalina subiera a mil y deseáramos cada vez más esos encuentros. A veces colocábamos la radio y podíamos escuchar la voz de Nat King Cole, “Talvez estés llorando al recordarme” con u español americanizado, o “ansiedad de tenerte en mis Brazos”, y esas canciones se grabaron en mi para siempre, son imágenes de mi adolescencia enamorada.

Yo trabajaba con el maestro Juan y nuestra tarea era la enfierradura, siempre éramos los que preparábamos los pequeños diablitos, herramienta que permite sacar clavos, para que nuestros compañeros pudieran abrir los toneles de la bodega y burlando la rigurosa vigilancia pudieran beber los mostos acumulados, en los toneles de roble americano que estaban a lado de la bodega que nosotros construíamos.

El administrador del fundo, amigo de don Fernando, con una mujer joven y hermosa, era muy dado al alcohol, y entre las cubas de concretos y las de roble americano, había un laboratorio provisorio, allí siempre había una probeta llena de un vino moscatel, que era una delicia, estaba siempre preparada para las pasadas que hacia don Víctor, cuando esto ocurría y la probeta bajaba su nivel, era responsabilidad del bodeguero que siempre estuviera llena, como yo había descubierto el mecanismo, remplaza a don Víctor en empinarme la probeta, pero un día vino la tragedia, como acción debía ser muy rápida, levante la probeta y el sabor no era el moscatel, el sorbo que había tomado fue expulsado con fuerza, corrí a lavarme la boca, había tomado metasulfito, que usaban en el laboratorio para hacer prueba con los vinos, desde ese día nunca más busque remplazar al administrador, pasé dos días de carreras al baño.

Lo mejor era cuando llegaba el fin de mes, me correspondía la tarea de partir en un taxi con el Lucho obrero fiel, robusto y silencioso, se contaban que ya tenia en el cuerpo dos cristianos, que se habían quedado enterrado en los canales del Maule, el era mi compañía, cuando viajábamos a cambiar el cheque para pagar los salarios de lo trabajadores de mi padre, teníamos que partir al banco de Curico. Con la plata en un maletín de cuero que tenia mi padre, partíamos de regreso a los castaños, allí en la oficina, yo tenia la planilla de pago preparada y comenzaban a desfilar los maestros para su pago mensual, terminado el proceso yo rendía cuentas a mi padre, tanto cambiamos en el banco, tanto se pago, el resto esta aquí, cuente por favor, yo le pedía a mi padre, a veces cuando todos los números había cuadrado, el me regalaba algunos pesos fuera de lo que yo ya había recibido como paga.

El taxi nos esperaba para llevarnos de vuelta a Curico donde vivíamos, en una casa quinta en la calle santa fe, tenia una laguna artificial donde al medio de ella había un sauce llorón que protegía toda la isla. Sentados junto a mi padre en el asiento trasero del auto, yo me daba a la maña, de colocar el maletín a mi lado, Allí iniciábamos nuestra conversación sobre los avances de las obras, sobre los que el lunes fallarían por excesos de fiestas el fin de mes, y cosas bastantes triviales, mientras las palabras fluían de mi boca, mi mano izquierda diestra en buscar el maletín y silenciosamente sacar una pequeña gratificación adicional, nada podía ya pasar porque las cuentas yo las había entregado cuadradas y de ahí para adelante, habían terminado mis responsabilidades.

Siempre a fin de mes el padre era bien recibidos todo el mundo estaba contento, mi viejo comenzaba entonces a repartir la plata para el mes y la comida esa noche sería mejorada, para mi la ducha ropa limpia, me peinaba a la gomina porque tenia las mechas tiesas, aún así trataba de hacerme un jopo como el que usaba Elvis, yo juraba que me parecía, en mi mirada ingenua, despedida después de comer voy a juntarme con mis amigos. Entonces en el centro italiano nos juntábamos el Pérez que trabajaba en una farmacia, dos compañeros de liceo y un amigo del instituto comercial de Talca, el Memo, conocido por nosotros como el pata de pantano, dicharachero y buen bailarín, el resto éramos más bien quitados de bulla, algunas veces jugábamos alguna partida de bochas en otras solo conversábamos unas cervezas, cuando se acercaba la media noche, como unos cenicientos al revés, partíamos caminando hacia una casa conocida como la “ Casa Rosada”, uno de los mejores prostíbulos de la ciudad, con mucha pinta para que no se notara lo pequeño que éramos. La regenta nos conocía y le caíamos bien, nunca nos ponía problemas y al contrario parecía que se alegraba de vernos. La primera ponchera la pagaba yo que tenia el placer de gastar mis gratificaciones.

Nuestras incursiones por esos barrios, nos hacían conocer a mujeres de una enorme ternura, la idea es que todo fuera una fiesta, allí tocaba el maestro Soler, un viejito argentino con una larga nariz, tocaba el bandoneón, con una destreza envidiable, nos hacia bailar y reír, con nuestras compañeras de esa noche, pero también nos ponías tristes cuando el bandoneón, comenzaba con sus lamentos, y salía desde su fuelle, la última curda, que le colocaba “un telón al corazón”.

Ninoska, que era mi amiga, me contaba que el maestro Soler había sido un destacado bandeononista de una orquesta típica argentina, que un día vino de gira a Chile y habían recorrido muchas ciudades y tocando una noche en el Bim Bam Bum, conoció a la negra Lobato una bailarina, se había enamorado profundamente, hasta enloquecer por ella, había dejado la orquesta y se había quedado en Chile para siempre, la negra un día lo había dejado y el lloraba junto a su bandoneón de ciudad en ciudad, hasta que se había quedado en esa casa que lo había acogido como un pájaro herido, y las chiquillas lo cuidaban con cariño.

Volver a clase era volver a comunicarme con mis compañeros de curso, de mi edad, pero lejos de conocer las experiencias que junto a los obreros de la construcción, me habían tocado vivir esos meses de verano, algunos pasaban las vacaciones en Iloca una hermosa playa a 80 kilómetros de Curico, otros habían partido a Constitución, balneario para la aristocracia Talquina, que antes que llegaran las celulosas, era un paisaje maravilloso, con la piedra de la iglesia incluida.

Al tomar el tren grandes abrazos, con el chancho Farias, hijo de un veterinario, eran dos hermanos, algunas veces me habían invitado a su casa, a pasar el fin de semana, en su casa descubrí lo maravilloso de un domingo, despertar con música clásica y una nana que te lleva tostadas y un tazón de café con leche. el Cucho Corbalan, buen amigo y solidario, jugados por sus compañeros, era uno de los imprescindibles. Entre las mujeres destacaban Valentina, hija de un español experto en la crianzas de aves, trabajaba en el fundo de San pedro a cargo de un enorme criadero de pollos, había llegado a Chile talvez huyendo de la guerra civil española, se asentó en Molina y allí había echado raíces e hijos, pero la que más me llamaba la atención era Norita, hija de dos profesores normalistas y la última de ocho hijos, de sonrisa fácil alegre y delgada como una muñeca, a mi me gustaba, pero yo encontraba que ellos, mis compañeros, no conocían la vida, eran adolescentes, cuando yo me consideraba un hombre.

Por eso después de los saludos, prefería juntarme con el Memo, hijo de peluquero que trabajaba en el verano en constitución y era mayor por lo que me sentía más identificado. No íbamos al coche comedor y pedíamos cerveza y un chacararero, y allí conversábamos de la vida. De nuestros sueños, el me contaba de sus aventuras del verano, su padre arrendaba una enorme casa en Constitución e instalaba una pensión, a el le tocaba hacer de garzón, toda la familia tenía que trabajar, el Memo se sentía muy orgulloso porque había tenido un romance con una de las camareras que había sido contratadas por su padre, y entre vaivenes y vaivenes de esa viejo tren iban surgiendo las historias.

Cuando el tren después de sesenta minutos de viaje, llegaba a la estación de Talca, yo me unía al grupo de mis compañeros para caminar cinco cuadras por la uno oriente y doblar hasta llegar a la cuatro norte, allí estaba la alameda, cruzándola y mirándose en diagonal, estaba el liceo de hombres, sentarse en los bancos de la alameda conversar un poco era nuestro placer, las nueve era la hora fatal para ingresar al internado, por lo que minutos antes había que correr para alcanzar a llegar, en el momento de la despedida, tocar la mano de Norita, besar su mejilla podía ser un acto de amor infinito, el deseo de abrazarla y besarla apasionadamente, terminaba en las miradas de todos, transformándose en ese sutil, roce que me hacia estremecer.

Durante la semana solo pensaba en ella, esperaba el nuevo domingo para tomar el tren y poder mirarla, a veces nos sentábamos en el mismo asiento junto a otros compañero, la conversación me parecía de un aburrimiento sumo, contar lo que habían hecho en la vacaciones, sobre las clases los profesores y yo queriendo decirle a mi amada corramos, huyamos de este lugar, vamos a sentir la brisa de un tren en movimiento, dejemos llevar por un arrebato de locura y corramos por los vagones, subamos al techo para mirar el cielo, gritemos a todo pulmón, te quiero, te quiero, para que nuestras palabras se fueran volando hacia otras tierras.

Yo sacaba un cigarro y me miraban como un bicho raro, echar humo contaminar no les parecía, tenia la sensación que ellos en especial los hombres me odiaban. Porque yo aparecía como un hombre prepotente y soberbio, ambos atributos que nunca tuve, pero eso parecía.

El tren era una cuna cimbreante, los campos corrían a velocidades impensable, los viejos álamos y los potreros se dibujaban como un cuadro, pintado por una diestra mano que hacia surcos con plantas verdes que sobresalían de la tierra, por largos pasajes yo solo tenia ojos para el paisaje,

Para mirar los verdes campos de la zona central. Pero mi corazón se agitaba allí casi tocando nuestras piernas estaba ella, la que amaba en la inocencia, yo jugaba sin que ella jamás supiera a tocar sus piernas con mis rodillas, y yo tenia la fantasía que allí en ese tren, con su andar rítmico, que hacia que mis rodilla la tocara, seria suficiente, para que la llama del amor se encendiera para siempre. Pero el tren seguía su marcha, dejábamos atrás cada vez mas sembrados. Pitos y el anuncio de la detención en Camarico, muchas veces en retardo, pero que importaba, si ella estaba allí junto a mi.

Como cuando, no lo sé, pero un día domingo, en ese tren, odiado y querido, yo estaba con Norita sentados y tomados de la mano, al frente nuestros compañeros, no había temor que ellos supieran que entre la pequeña Norita y yo había surgido un sentimiento, profundo, algo de piel y de corazón, hormonas activistas recorrían mi cuerpo como si un desfile comenzara a ponerse en movimiento, al comienzo pocas, sumando cien, sumando mil. “Yo por ellos madres y ellos por mí”. Sonaba en mis oídos, como una vieja canción de la guerra civil española.